Una ciudad no es únicamente un conjunto de edificios y calles, así como un mapa no es un instrumento neutral, objetivo y de validez científica. Este texto pretende estudiar la forma en la que las herramientas de orientación configuran nuestra imagen ambiental de la ciudad y construyen nuestro imaginario urbano.
La cartografía, genera un documento con un subtexto implícito que juega un papel muy importante a la hora de hacernos entender dicho territorio, concebirlo en su totalidad, reconocer sus partes, establecer relaciones y orientarnos dentro de él. Bajo una apariencia neutral, racional y científica estas representaciones tienden a confundirse (y fundirse) con la realidad, a naturalizarse y, generalmente, acaban condicionando nuestra mirada del lugar.
Ese espacio intelectual, racional, cartesiano que presenta el mapa; un espacio abstracto donde lo más físico y corpóreo se convierte en lenguaje, es protagonista en la ciudad contemporánea híper-conectada. El imaginario urbano, al mismo tiempo, se consolida en nuestras pantallas, en los mapas virtuales llenos de geoetiquetas, en las redes sociales cargadas de información, texto e imágenes georreferenciadas. En este ir y venir de la calle al píxel, del mapa al territorio, se abre una puerta al usuario activo y todos nos convertimos en potenciales productores de cartografías.
A partir de estas premisas, este texto lleva las ideas de Donna Haraway sobre las relaciones humano-máquina al campo de la cartografía y del paisaje urbano, relacionándolas con la geografía crítica de Brian Harley y el trabajo de Kevin Lynch. Así, se elabora una metodología que, a través de una serie de entrevistas cualitativas, genera mapas cognitivos y los compara con la interfaz de Google Maps, la herramienta de geolocalización más popular en nuestro contexto digital, identificando el potencial transformador de las representaciones cartográficas, un territorio en disputa para la construcción de ideas de ciudad.
