Durante el siglo xx, el lienzo arquitectónico europeo se vio cercenado como consecuencia de los conflictos bélicos. Tras la devastación de las ciudades durante la Segunda Guerra Mundial surgieron debates de índole arquitectónica sobre la forma óptima de intervenir en dichas ciudades. No se cuestionó, a priori, la premura imperante por reconstruir el urbanismo histórico. Atrás quedaban los preceptos de la Carta de Atenas de 1931 donde, con una voluntad casi ingenua en período de entreguerras, se proponía una serie de criterios acerca de la intervención en el patrimonio. Una herencia de Camilo Boito (1836-1914) y la carta de 1883 que Gustavo Giovannoni (1873-1947) aplicó en Atenas y que maduró en la aportación de ambos en la Carta del Restauro de 1932. Casi como una inherente respuesta a la carta de 1931 surge la del IV CIAM, en 1933, en la misma ciudad, pero con diferentes objetivos. El manifiesto censuraba lo tradicional y antihigiénico, abogando por la zonificación racional de la ciudad en función de los usos y necesidades de esta nueva sociedad moderna. Así pues, en época de posguerra inicia su madurez la generación de Giuseppe Terragni, E. N. Rogers y sus socios, Albani, Gardella, Samonà, Quaroni, Muratori y Ridolfi, que serán protagonistas en la iniciática práctica racionalista. La diatriba entre conservación del ambiente antiguo y formulación de la ciudad moderna de 1960 aparece en la revista de Bruno Zevi L’Architettura Cronache e Storia de forma categórica, ya sea planteando la necesidad de protección, ya sea cuestionando la modernidad y la tradición, ya sea poniendo en crisis la cultura arquitectónica, la revista plasma la búsqueda de esta dialéctica. En un artículo de dicha revista, Leonardo Benevolo insistirá en la necesidad de una legislación competente que evite la concepción de una ciudad dividida en barrios históricos intocables y barrios de nueva planta donde se cometan todas las arbitrariedades edilicias. Leonardo Benevolo, Roberto Pane y Paolo Marconi, a través de la revista, apostarán por la protección del ambiente histórico y el paisaje vernáculo —Carta Venecia 1964— sin renunciar a una ciudad funcional.
