El emplazamiento yace en la cola de una estrecha y encrespada arista. La topografía es pétrea y accidentada. La cresta de esta sierra manchega está coronada por casas en hilera y confinada por las murallas. El proyecto parte de estas premisas que impone el lugar. El nuevo ateneo prosigue a la topografía escalonada y se percibe desde su cota inferior como un desarrollo de plataformas que emerge de la tectónica del lugar, tan notoria en el contexto de sierra, acogiendo la argamasa y la piedra. La volumetría de la propuesta compone la última / primera pieza de un rosario lineal de edificaciones y permite crear un movimiento que ensancha la calle Trabuco para conformar una plaza nueva delante de la puerta de la muralla. Este gesto se desarrolla mediante el quiebro de la fachada sur que desvela la muralla. El nuevo ateneo abre las puertas de la ciudad y forma parte de ella acogiendo sus recorridos, pasajes, escaleras … El edificio mira a la ciudad y el paisaje; hacia el sur el escalonamiento de su volumetría reivindica su presencia, sin agresividad hacia el contexto existente, para acoger sus aspectos más intemporales y acabar de completar lo que todavía necesita la ciudad, desde el punto de vista funcional y formal. En la fachada norte, el edificio tiene vocación de enmarcar unas vistas privilegiadas hacia el paisaje, levantando imponentes cristaleras que permiten una buena panorámica desde la sala-ateneo. Se confiere luz difusa a las salas adyacentes. El proyecto se conforma en una edificación de numerosos accesos. Accesos y recorridos se articulan a través de un vestíbulo que se define como un gran espacio generador; que acontece como una transición entre la plaza y el mirador. El edificio separa los ambientes pero permite las transiciones, tanto desde el interior como desde el exterior; implicando el camino de ronda en los pliegues de su envolvente.