Reseñas Reviews |
Nadia Casabella *
EL OTRO CULTURAL EN LAS MULTIPLICI(U)DADES DE LA ERA POSTMODERNA ** Sandercock, Leonie. Towards Cosmopolis: Planning for Multicultural Cities. John Wiley; Chichester, 1998. La idea de que vivimos en sociedades plurales, que generan conflictos de intereses entre grupos de muy diversa índole, y que consecuentemente ponen en crisis la misma idea de un interés común, pilar del urbanismo moderno, ha aparecido reiteradamente durante los últimos veinte años en la literatura urbanística (entre otros Healey, Faludi, Friedmann y Forester han dado cuenta de esta transformación desde puntos de vista muy distintos). El alcance de esta crisis se ha visto ampliado desde la contribución de las teorías postmodernas, al definir que todo orden social era intrínsecamente cultural, y que por tanto la cuestión epistemológica, y no sólo la normativa, debía abordarse: si las sociedades son plurales es porque los valores que las sostienen derivan de modelos de pensamiento culturalmente contextualizados. Cada cultura define su propio sistema de conocimiento, define los sistemas de significado y los marcos de referencia a través de los que las personas conforman sus prácticas institucionales, o no, en el contexto social. Cada cultura, grupo o entidad cultural es diferente, y sus demandas deben reconocerse desde esa diferencia. Las aportaciones de Sandercock a este debate podrían resumirse precisamente como la apuesta por la diferencia: una diferencia radical que desconfía de las propuestas que buscan construir, a través del consenso, sistemas de conocimiento y actuación compartidos, por entender que, en el momento presente, este consenso, disfrazado de integración, sólo supone la anulación de esa diferencia [73]. Una diferencia que se realiza en prácticas insurgentes de planeamiento. INTRODUCCIÓN El libro se escribió entre los años 1995-97, y surgió inspirado por dos acontecimientos, que creo ayudan a entender el tono y las preocupaciones que aparecen reflejadas en el mismo:
RESUMEN «La misión de este libro es la de construir una cosmópolis normativa, o si preferís una Utopía, pero una Utopía diferente, una Utopía postmoderna a la que no daré forma alguna, y que, insisto, nunca puede realizarse, sino que debe continuamente construirse. Elegí una imagen deliberadamente ambigua para la portada de este libro, un globo de cristal que sugiriera las posibilidades de la utopía, con las llamas viniendo desde atrás para evocar el inferno. La gente que aparece en el primer plano, ¿camina hacia el globo o hacia las llamas?» [163] El libro está organizado en tres partes: marco teórico de la discusión, aplicación y posibilidades postmodernas. La primera parte ("Paseos teóricos") está dividida a su vez en cinco capítulos. El primero ("Una muerte anunciada: crónica del planeamiento Moderno") comienza con las tres o cuatro fuerzas mayores que conformarán las ciudades y regiones del siglo XXI, y que ponen en crisis las bases históricas, teóricas y epistemológicas del urbanismo moderno. Estas fuerzas, que están transformando nuestras ciudades en el contexto de la globalización, son: las migraciones internacionales, una condición post-colonial no resuelta, el resurgir de los pueblos indígenas, y el fortalecimiento de la sociedad civil. Estas cuatro fuerzas producen lo que ella llama ciudades de la diferencia, que se caracterizarían por contextualizar esa diferencia en las políticas de planeamiento. Lo fundamental de su análisis es que tiene en cuenta tanto los factores económicos de la globalización (y las consecuencias espaciales de la reorganización del capital, en cuanto han igualmente contribuido a debilitar los pilares del planeamiento moderno) como los socio-culturales (la toma de poder de los ciudadanos, los desarrollos de las teorías sociales y, finalmente, un sentido de pérdida, de la memoria, del deseo, del espíritu de nuestras ciudades), consecuencia de las reestructuraciones demográficas que han experimentado las ciudades durante las últimas décadas. El segundo capítulo ("Re/presentando las Historias del Planeamiento") trata de dar cuenta de aspectos obviados o marginados por la "historia oficial" del urbanismo, su lado oscuro (noir side), sus efectos racistas y sexistas. Contarlos no sólo trata de poner en evidencia la visión totalizadora y excluyente del pensamiento moderno, sino que en cierta manera se busca su redención o indemnización desde el presente, al hacer visible lo que se quiso ignorar. Una de las preguntas clave que guían este capítulo es "¿cual es el objeto y los sujetos de la historia del planeamiento?", puesto que sus límites no están definidos a priori, concretarlos derivaría en tantas "Historias" como límites fuéramos capaces de dibujar: si enfatizamos el planeamiento como una práctica disciplinar o normativa, podríamos bien resaltar los aspectos profesionales del "hacer ciudad", o los aspectos funcionales implícitos en "generar comunidades", o los normativos que regulan los atributos físicos, sociales, espaciales de la ciudad; pero por lo mismo, también podríamos enfatizar las posibilidades de transformación del planeamiento, resaltando las resistencias surgidas frente a ciertas prácticas o reglas de planeamiento. A su vez, estas numerosas "Historias" no serían un mero reflejo del pasado sino su re-presentación, su re-construcción desde el presente y la recuperación de todo aquello que se omitió en recuentos anteriores. El tercer capítulo ("Explorando los conocimientos del planeamiento") confronta los aspectos epistemológicos más básicos de cada profesión: ¿Qué se considera un conocimiento válido? Y ¿Quién posee este conocimiento? Frente al predominio de la epistemología positivista que privilegia el conocimiento científico y tecnológico, existen otras alternativas importantes: conocimiento experimental, intuitivo, local, basado en conversaciones, en escuchar, en ver, en contemplar, en compartir, expresados por medio de elementos visuales, simbólicos, rituales y artísticos en vez de cuantitativos y analíticos que recurren al jergón del "especialista" y que por tanto excluyen a quienes carecen de una formación específica. Quizá lo más interesante del capítulo sea el breve repaso de las alternativas surgidas durante la última mitad del siglo pasado cuestionando la raíz positivista del pensamiento urbanístico occidental: el "aprendizaje mutuo" (entre expertos y actores) de Friedmann, el "practicante reflexivo" de Schön (que necesita aprender a plantear problemas más que a resolverlos), y el "hablar y escuchar" de Forester (que plantea tres nuevos métodos de conocimiento: el surgido de la auto-reflexión, para identificar las racionalizaciones propias que se esconden en una misma; el que se deriva del discurso y la dialéctica, el único conocimiento liberador; y el que procede de la práctica, de la experiencia, de nuestra acción en el mundo). El cuarto capítulo ("La diferencia que la teoría marca") trata de la teoría del planeamiento, primero la cuestión de su necesidad, y segundo, de qué teorías, como urbanistas, podemos necesitar: del conocimiento, del poder, de la transformación social, de las desigualdades estructurales... La opción que plantea es una teoría normativa, que trate de las buenas prácticas y que sea dependiente del contexto, como algo específico de la teoría urbanística frente a las teorías de las ciencias sociales. El repaso cronológico que hace a las teorías que desde los años 60 se han cuestionado el paradigma moderno --advocacy planning, economía política marxista, equity planning, communicative action planning, así como varios modelos del radical planning, que ella ve como el único modelo "que puede incluir en su totalidad las implicaciones (multi)culturales del mundo postmoderno en que vivimos" [104]-- tienen en común ese aspecto normativo como la voluntad de mejorar las prácticas mediante una reflexión de lo que los urbanistas "hacen", no tanto en cuanto a la disciplina en sí sino en términos de conocimiento, proceso y legitimidad. El quinto y último de la primera parte ("Voces desde los márgenes: la teoría que la diferencia marca") da cuenta de las "voces desde los márgenes", las voces de quienes tradicionalmente marginados se han colocado en una condición urbana posmoderna de un modo progresista y constructivo, al experimentar tanto como analizar los dilemas de la diferencia desde el espacio creativo que su misma marginalidad define. Un aspecto a rescatar del capítulo es la propuesta de una teoría urbanística ampliada: 1) la teoría urbanística como la reflexión sobre las prácticas (que es la teoría sobre la que el capítulo anterior discurre); 2) la teoría urbanística como receptora y campo de aplicación de las corrientes intelectuales de las ciencias humanas y sociales (que es, podríamos decir, la ambición que orienta todo el libro, la de aplicar teorías feministas, post-coloniales y en general postmodernas al entendimiento de los fenómenos subyacentes en la transformación de las ciudades contemporáneas); 3) la teoría urbanística como filosofía práctica, pensada para guiar la acción y a la que Sandercock otorga un carácter casi revolucionario al desvelarnos no sólo lo equivocado de nuestras ciudades, sino lo equivocado de nuestro modo de ver el mundo. En la segunda parte ("Rudimentos: prácticas insurgentes") pasa a dar cuenta de los activistas y organizaciones que considera más innovadores ("quien y qué, en el centro del inferno, no es inferno"), por cuanto practican un planeamiento que es democrático, inclusivo, culturalmente diverso, flexible, de participación, y hasta a veces insurgente, y cuyo objetivo principal no es crear un "plan" sino generar un proceso político. "Historias que representan un paradigma emergente de planeamiento que tiene sus raíces en el levantamiento de la sociedad civil y encarna una nueva definición de justicia social (…) que incluye aunque va mas allá de los problemas económicos y se vincula a problemas de marginalización, desautorización, imperialismo cultural y violencia."[129] Divide el capítulo entre "movilizadores" (Mel King, en Boston y Gilda Haas, en Los Angeles) y "movilizaciones" (la tribu de los Wik de la península del Cabo York, Australia, y la lucha por los derechos de propiedad de las tribus nativas; el departamento municipal de asuntos multiculturales, AMKA, en Frankfurt; las Madres del Este de Los Ángeles, MELA; los Presupuestos Populares, de Puerto Alegre; y el Congreso Nacional de Vecinas, NCNW, con sede en Nueva York), y concluye con la necesidad de un fuerte compromiso con los valores sociales -sentido de la responsabilidad colectiva y de la ciudadanía local- que sostenga cualquier iniciativa que reclame la diferencia como valor político en nuestras ciudades. La tercera parte ("Posibilidades postmodernas: Cosmópolis y Planeamiento") está estructurada en dos capítulos. El primero ("Hacia Cosmópolis: una utopía postmoderna") pasa revista a las políticas de la diferencia tal y como se aplican en Nueva York, París, Londres, Frankfurt, Estambul y Jerusalén, todas ellas cosmópolis según la definición normativa --"una ciudad grande en la que vive gente de variadas procedencias"-- pero lejos de su Cosmópolis, de su "Utopía postmoderna (…) en permanente construcción" [182]. Lo más ambicioso del capítulo es, sin duda, el esfuerzo que hace por redefinir nociones como la de "justicia social", "política de la diferencia", "ciudadanía", "comunidad" e "interés publico", que han ido apareciendo a lo largo del libro como formando parte de un instrumental compartido entre ella y el lector; pero como Harvey puntualiza en uno de sus escritos ("Social Justice, Postmodernism and the City", IJURR, 16, 1993), precisamente porque estos términos están revestidos de un poder político y de movilización innegable, porque el significado que tienen a nivel cotidiano es importante para la gente, además de considerarse éste indiscutible, resulta fundamental analizar los diferentes significados que toman a través del tiempo, del espacio y de las personas, y sobre todo cuando, como en el caso de Sandercock, se pretende formular un nuevo paradigma de planeamiento partiendo de ellos. El segundo capítulo ("Planear hacia Cosmópolis: un nuevo paradigma") es fundamentalmente propositito: frente a los dilemas que la diferencia puede hacer surgir en la era posmoderna, especialmente "el miedo al Otro", no sólo a nivel individual sino de la administración, plantea la necesidad de expandir el lenguaje del planeamiento (la epistemología de la multiplicidad) y expandir los horizontes políticos del planeamiento (las políticas transformadoras de la diferencia en toda su multiplicidad). Cito los dos párrafos con los que concluye el libro: «Miro en mi globo de cristal, y sueño en el carnaval de la ciudad multicultural: no quiero una ciudad donde todo permanezca igual y todo el mundo tema el cambio; no quiero una ciudad donde los afro-americanos y latinos tengan que vender drogas para poder sobrevivir, o donde las mujeres tailandesas estén encarceladas en fábricas de producción textil donde trabajen 16 horas al día, 6 días a la semana; donde los muchachos lleven pistolas para sentirse como hombres, y donde la sospecha rezume de paredes estucadas, y donde los blancos llamen a la policía si ven a alguien negro/extraño paseando por las calles de su vecindario. No quiero una ciudad donde las personas al mando rechacen hablar con aquellos a quienes consideran diferentes; donde los policías llamen negros a las personas de color y los aporreen antes de preguntarles nada; donde los blancos inviertan cada vez más de sus ahorros privados en defenderse de los extraños, y que voten a quienes prometen orden y ley y no escuelas y hospitales; donde los candidatos al gobierno prometan que recortarán los servicios a los inmigrantes; donde los media nos enseñen a odiarnos y a temernos en el nombre del patriotismo y de la comunidad. No quiero una ciudad en la que me de miedo salir sola de noche, o incluso visitar ciertos barrios a plena luz del día; donde los peatones son motivo inmediato de sospecha, y los sin techo siempre perseguidos. No quiero una ciudad en la que mi profesión –urbanista- contribuya a todo lo hasta aquí mencionado. Sueño en una ciudad en que actuar sea sinónimo de cambiar, donde se valore más la justicia social que la ley y el orden, donde tenga derecho a mi espacio así como el resto de mis conciudadanos; donde no existamos para la ciudad sino que ella nos corteje; donde sólo tras consultarnos se tomarían decisiones acerca de los barrios donde vivimos; donde la escasez no nos conduzca a levantar cercos de alambre para proteger cuidadosamente nuestras desigualdades; donde nadie abuse de su autoridad ni nadie carezca de ella; donde no tenga que traducir mi conocimiento de experto en palabras que impresionan a las autoridades y confunden a los ciudadanos. Quiero una ciudad donde los valores comunitarios premien la diferencia; donde un instituto se gestione de manera diferente que un despacho de contabilidad, y donde la profesora enseñe porque comparte sus intereses con los de sus alumnos; donde cualquiera pueda pintar las aceras y dirigirse a los que pasan sin temer que le peguen un tiro; donde haya lugares para la diversión y para la meditación; donde haya música en las plazas, y vendedores ambulantes, y donde la gente disfrute dando forma y cuidando de su entorno. Quiero una ciudad en la que mi profesión contribuya a todo esto, donde el planeamiento sea una guerra liberadora que luche contra un espacio público carente de atributos y soso, tanto como contra las múltiples formas de opresión y dominación y explotación y violencia; donde los ciudadanos arrebaten al espacio sus nuevas posibilidades, y se sumerjan en sus culturas sin dejar de respetar las de sus vecinos, contribuyendo a forjar colectivamente nuevas culturas y espacios híbridos.» COMENTARIOS Propongo capturar la trascendencia de este libro desde tres frentes distintos, que no por distintos dejan de ser complementarios:
CONCLUSIONES «Este libro no es el primero en darse cuenta de que el modo de conocer y nuestras visiones sobre el mundo sobre el que se fundamentan las profesiones dedicadas a la construcción de la ciudad (…) han cambiado dramáticamente durante las ultimas dos décadas. Pero es el primero en proporcionar una atención sistemática a los pilares tambaleantes del planeamiento moderno, y el primero en sugerir una salida al impás, el primero en inaugurar una práctica de planeamiento progresista en el siglo XXI, basada en las aportaciones del pensamiento feminista, postmoderno y postcolonial.» [4] Aunque, aun reconociendo la importancia de que los que habitan la ciudad participen activamente en los procesos de su construcción, dos son las apostillas que sería necesario añadir:
Otro punto igualmente controvertido es la parálisis a la que las políticas de la identidad pueden conducir, y a la que ella misma se refiere: "Cada uno de estos escritores vislumbra los peligros de una política de la identidad demasiado constreñida al mismo tiempo que desean reconocer la diferencia, consiguiendo de algún modo mantenerse en una tensión creativa entre los dos." [117] La salida al impás (la Babel de diferencias que pierde de vista las desigualdades en su conjunto, y que no es capaz de crear puentes entre las variadas identidades para construir una política progresista de la diferencia) que bosqueja tendría que ver con la idea de "justicia", "(…) la diferencia debe incorporarse en la búsqueda de justicia social en la ciudad multirracial y multiétnica" [124], pero que no elabora, pues prefiere mantenerse, al menos en su discurso, en la perplejidad y confusión que permiten nuevas, por "extrañas" –al modo moderno, maneras de ver y de pensar. Sin ir más lejos, su definición de Cosmópolis, "una ciudad/región en la que se da una conexión genuina con, y respeto y espacio para, el Otro cultural, y la posibilidad de trabajar juntos en asuntos con un destino compartido, un destino como reconocimiento de que nuestros sinos están entretejidos." [125, 164] Esta frase es tanto la clave del libro entero como la raíz de su debilidad, lo inconsistente de su propuesta. La transcribo en el idioma original para tratar de reconstruir el auténtico alcance de lo que dice: "a city/region in which there is genuine connection with, and respect and space for, the cultural Other, and the possibility of working together on matters of common destiny, a recognition of intertwined fates." Empiezo por el final: "destiny" normalmente se aplica al curso inevitable y predeterminado de los acontecimientos, sobre los que el ser humano no está en condiciones de ejercer control alguno; "common" quiere decir que todo el mundo lo comparte; "common destiny", o destino compartido, implica el reconocimiento de los sinos entretejidos, esto es, "fate" añade a la idea anterior de destino el que es inmutable, fijo, de inexorabilidad ciega de la que el otro término carece… así pues "trabajar juntos en asuntos de destino compartido", excluye implícitamente que se trabaje juntos en cualquier otra cosa que no sea inevitable y que no nos ataña a todos, y si trabajamos juntos es porque no podemos hacer ninguna otra cosa, y no hay garantías de que podamos modificar el curso de los acontecimientos… o sea, que no está clara la necesidad de trabajar unidos ni el objetivo, que creo fundamentos de cualquier pacto social (sobre el que por lo demás la construcción de la ciudad se asienta, y más si se pretende que represente los variados intereses culturales de cada uno de los grupos que la integran, necesariamente contradictorios entre sí), además de que no se problematiza el reconocimiento "genuino" del Otro. Propongo comparar esta frase con otra de Healey, "a way through the dilemmas of collaborating across cultural differences is firstly to recognize the potential cultural dimensions of differences (‘where people are coming from’), and secondly, actively to make new cultural conceptions, to build shared systems of meaning and ways of acting, to create an additional ‘layer’ of cultural formation. Local environment planning thus becomes a project in the formation and transmission of cultural layers." (Collaborative Planning, 1997: 64). Leyéndola, pareciera que Sandercock se hubiera quedado en la primera parte del razonamiento, en reconocer las dimensiones culturales de la diferencia, pensando que la segunda parte, crear una nueva capa cultural compartida, se derivaría de forma natural. Pero no hay nada natural en las ciudades, incluso si a veces se ha recurrido a analogías extraídas de las ciencias naturales, del tipo "ecología" (ecología humana, ecología de los asentamientos humanos, etc.) las investigaciones sociales tanto como las dedicadas a la forma nos han dado buena cuenta de su artificialidad, y no sólo eso, sino que las explicaciones de fenómenos que se amparan en su inevitabilidad normalmente desembocan en reacciones humanas conservacionistas, y en el caso que nos ocupa, simplemente racistas. Antes de hablar de destino común creo necesario hablar de "espacio compartido", antes de hablar de sinos entretejidos (por lo demás usado como fundamento de las comunidades tradicionales) creo necesario hablar de todas las caras que el Otro adopta, porque tan múltiples son nuestras ciudades étnicamente hablando como múltiples son el Otro, desdoblándose y multiplicándose en cada contexto o situación espacial. El Otro no es ni inmutable ni unívoco, y cualquier construcción social sólida tiene que aprender a consensuar las diferencias, culturales, y de intereses políticos. En definitiva, creo que el libro es tremendamente ambicioso en el cambio de perspectiva que pretende que se opere en las ciudades, hacia el reconocimiento de la diferencia, y las consecuencias que este cambio tendría en todas las variadas prácticas del planeamiento; aunque, y como se mencionó anteriormente, sus argumentaciones estén más próximas de la apología de la diferencia que de reconsiderar ésta políticamente, esto es, desde el espacio social y "conflictivamente" construido de la ciudad. No obstante, constituye tanto un fantástico manual de historia de las teorías y prácticas insurgentes de este pasado siglo como un manual de referencia de las iniciativas más contemporáneas que entienden y tratan de gestionar la ciudad desde esa misma diferencia. En un momento en que la opción multiculturalista parece estar en boga entre las administraciones locales y sus instituciones, en que las políticas multiculturales aparecen como discurso redentor frente a la complejidad y envergadura del fenómeno inmigratorio extracomunitario en Europa, la lectura de un libro como éste, escrito desde el punto de vista del planeamiento, re-coloca este debate en la ciudad, evitando que se diluya en opciones políticamente correctas pero inertes, y no menos lo rescata de simplificaciones en las que a menudo se enmarca, sea para criticarlo radicalmente (la diferencia como estigma) o para aplicarlo sin matizaciones (sea, que multiculturalidades hay muchas, desde las publicitarias, empleándola como collage de razas, géneros, etc., a las de corte neo-liberal, a las marxistas, a las elaboradas desde la crisis epistemológica que el postmodernismo inauguró). Pero, y especialmente, contribuye a enriquecer el debate y las prácticas que se llevan a cabo en esta ciudad, Barcelona: ¿cómo es posible que durante las últimas elecciones municipales la cuestión de la inmigración brillara por su ausencia? ¿Cómo se puede todavía promover un proyecto como el de "l’Illa de la Rambla del Raval" hablando de "revitalización económica, social y urbana", cuando el 47% de la población residente en el Raval es extracomunitaria, con un grado de asentamiento tan alto que ha revitalizado ella misma el tejido comercial y social de esta parte de la ciudad? ¿Cómo conviven estas realidades con la celebración de un Forum de las Culturas que no ha mostrado ningún interés por capturar las especificidades culturales de la ciudad donde se celebra? ¿O es que a estas alturas todavía se puede reivindicar la cultura catalana de una manera hegemónica, o medir el grado de integración de los "recién llegados" por su conocimiento del catalán? En este sentido, quizá la propuesta más revolucionaria contenida en este libro sean las escasas pero concisas páginas del final (221-230), el Apéndice dedicado a la formación de urbanistas para el siglo XXI, y cuya lectura recomiendo fervientemente. NB 1: En la tradición anglosajona en la que Sandercock se inscribe, hay dos maneras de referirse al Urbanismo y a los urbanistas, con connotaciones diferentes: urbanism/urbanists, como específicamente dedicados a cuestiones de forma urbana, de proyecto urbano; y planning/planners, dedicados a cuestiones estratégicas, de gestión, de gobierno de las ciudades y el territorio. Yo he adoptado indistintamente planeamiento y urbanismo, y urbanistas a secas, porque la palabra "planeadores" guarda para mí extrañas resonancias. (*) Nadia Casabella, nadia@nadia.tiscalibiz.com (**) Reseña bibliográfica realizada para Seminario Doctorado de Urbanismo, UPC, "Modelos urbanísticos y cultura de las ciudades: planes, proyectos y procesos urbanos", impartido por Dr. Arq. F. Javier Monclus en la ETSAV-UPC, entre febrero y junio del 2003. |