Perspectivas Urbanas / Urban Perspectives

Reseñas
Reviews
Nadia Casabella *
EL OTRO CULTURAL EN LAS MULTIPLICI(U)DADES DE LA ERA POSTMODERNA **
Sandercock, Leonie. Towards Cosmopolis: Planning for Multicultural Cities. John Wiley; Chichester, 1998.


Towards Cosmopolis: Planning for Multicultural Cities

La idea de que vivimos en sociedades plurales, que generan conflictos de intereses entre grupos de muy diversa índole, y que consecuentemente ponen en crisis la misma idea de un interés común, pilar del urbanismo moderno, ha aparecido reiteradamente durante los últimos veinte años en la literatura urbanística (entre otros Healey, Faludi, Friedmann y Forester han dado cuenta de esta transformación desde puntos de vista muy distintos). El alcance de esta crisis se ha visto ampliado desde la contribución de las teorías postmodernas, al definir que todo orden social era intrínsecamente cultural, y que por tanto la cuestión epistemológica, y no sólo la normativa, debía abordarse: si las sociedades son plurales es porque los valores que las sostienen derivan de modelos de pensamiento culturalmente contextualizados. Cada cultura define su propio sistema de conocimiento, define los sistemas de significado y los marcos de referencia a través de los que las personas conforman sus prácticas institucionales, o no, en el contexto social. Cada cultura, grupo o entidad cultural es diferente, y sus demandas deben reconocerse desde esa diferencia.

Las aportaciones de Sandercock a este debate podrían resumirse precisamente como la apuesta por la diferencia: una diferencia radical que desconfía de las propuestas que buscan construir, a través del consenso, sistemas de conocimiento y actuación compartidos, por entender que, en el momento presente, este consenso, disfrazado de integración, sólo supone la anulación de esa diferencia [73]. Una diferencia que se realiza en prácticas insurgentes de planeamiento.



INTRODUCCIÓN

El libro se escribió entre los años 1995-97, y surgió inspirado por dos acontecimientos, que creo ayudan a entender el tono y las preocupaciones que aparecen reflejadas en el mismo:

  1. Las revueltas de South Central en Los Angeles, en Abril de 1992, desencadenadas por la declaración de inocencia de los 4 policías blancos que apalearon y casi matan al motorista afro-americano Rodney King. La revuelta, como explica Sandercock, superaba la crítica hacia este hecho concreto y acabó por convertirse en "una protesta contra la sociedad dominante que rehúsa escuchar a las minorías, haciendo todo lo posible para invisibilizarlas, y que desprecia las vidas de todos aquellos cuya piel no sea blanca." [11-12]

  2. El curso que impartió de "Teoría del Planeamiento" en la Universidad de California (UCLA) ese mismo otoño de 1992; como explica, si bien en su temario era el mismo que desde 1986, en que comenzó su experiencia en UCLA, fomentando discusiones de género, raza, étnicas y de preferencia sexual, la proyección de un video grabado durante un debate en la televisión pública estadounidense, Race Matters ("La importancia de la raza") y la reacción subsiguiente de sus alumnos, al menos la mitad no blancos, rehusando comentarlo, por considerarlo un programa racista que perpetuaba la idea de "los negros son el problema", la dejaron patidifusa: "(…) decir que no estaba preparada para una reacción semejante sería de una arrogancia suprema, simplemente me quedé sin habla, como el resto de la clase. Miraba alrededor, esperando que alguien me rescatara, o que un milagro viniera en mi ayuda. Pero no llegó. Pregunté a los demás si sentían lo mismo, pero no hubo respuesta. Tuve que quedarme allí sentada y confrontar, absorber, mi propia ceguera. Cuando miro atrás no sólo pienso en lo ingenua que fui esperando que el video incitara a la discusión, sino que pienso en lo ciega que estaba, en mi incapacidad por ver que había otras maneras de verlo de las que no tenía ni la remota idea. (…) La discusión surgió de nuevo, poco a poco. Todo el mundo se sentía molesto y dolorido. Partiendo de las rabia y hostilidad del comienzo, fuimos capaces de crear, colectivamente y con esfuerzo, nuestro espacio. Ahí me di cuenta de lo mucho que tenía que aprender acerca de las diferencias (…)." [106-108]
Se publicó en 1998, simultáneamente a Making the Invisible Visible (University of California Press; Berkeley, 1998), del que ella es editora, y que recoge algunos de los escritos elaborados por los mismos alumnos que se quedaron mudos en aquella clase del otoño de 1992, además de otras contribuciones.


RESUMEN

«La misión de este libro es la de construir una cosmópolis normativa, o si preferís una Utopía, pero una Utopía diferente, una Utopía postmoderna a la que no daré forma alguna, y que, insisto, nunca puede realizarse, sino que debe continuamente construirse. Elegí una imagen deliberadamente ambigua para la portada de este libro, un globo de cristal que sugiriera las posibilidades de la utopía, con las llamas viniendo desde atrás para evocar el inferno. La gente que aparece en el primer plano, ¿camina hacia el globo o hacia las llamas?» [163]

El libro está organizado en tres partes: marco teórico de la discusión, aplicación y posibilidades postmodernas. La primera parte ("Paseos teóricos") está dividida a su vez en cinco capítulos. El primero ("Una muerte anunciada: crónica del planeamiento Moderno") comienza con las tres o cuatro fuerzas mayores que conformarán las ciudades y regiones del siglo XXI, y que ponen en crisis las bases históricas, teóricas y epistemológicas del urbanismo moderno. Estas fuerzas, que están transformando nuestras ciudades en el contexto de la globalización, son: las migraciones internacionales, una condición post-colonial no resuelta, el resurgir de los pueblos indígenas, y el fortalecimiento de la sociedad civil. Estas cuatro fuerzas producen lo que ella llama ciudades de la diferencia, que se caracterizarían por contextualizar esa diferencia en las políticas de planeamiento. Lo fundamental de su análisis es que tiene en cuenta tanto los factores económicos de la globalización (y las consecuencias espaciales de la reorganización del capital, en cuanto han igualmente contribuido a debilitar los pilares del planeamiento moderno) como los socio-culturales (la toma de poder de los ciudadanos, los desarrollos de las teorías sociales y, finalmente, un sentido de pérdida, de la memoria, del deseo, del espíritu de nuestras ciudades), consecuencia de las reestructuraciones demográficas que han experimentado las ciudades durante las últimas décadas.

El segundo capítulo ("Re/presentando las Historias del Planeamiento") trata de dar cuenta de aspectos obviados o marginados por la "historia oficial" del urbanismo, su lado oscuro (noir side), sus efectos racistas y sexistas. Contarlos no sólo trata de poner en evidencia la visión totalizadora y excluyente del pensamiento moderno, sino que en cierta manera se busca su redención o indemnización desde el presente, al hacer visible lo que se quiso ignorar. Una de las preguntas clave que guían este capítulo es "¿cual es el objeto y los sujetos de la historia del planeamiento?", puesto que sus límites no están definidos a priori, concretarlos derivaría en tantas "Historias" como límites fuéramos capaces de dibujar: si enfatizamos el planeamiento como una práctica disciplinar o normativa, podríamos bien resaltar los aspectos profesionales del "hacer ciudad", o los aspectos funcionales implícitos en "generar comunidades", o los normativos que regulan los atributos físicos, sociales, espaciales de la ciudad; pero por lo mismo, también podríamos enfatizar las posibilidades de transformación del planeamiento, resaltando las resistencias surgidas frente a ciertas prácticas o reglas de planeamiento. A su vez, estas numerosas "Historias" no serían un mero reflejo del pasado sino su re-presentación, su re-construcción desde el presente y la recuperación de todo aquello que se omitió en recuentos anteriores.

El tercer capítulo ("Explorando los conocimientos del planeamiento") confronta los aspectos epistemológicos más básicos de cada profesión: ¿Qué se considera un conocimiento válido? Y ¿Quién posee este conocimiento? Frente al predominio de la epistemología positivista que privilegia el conocimiento científico y tecnológico, existen otras alternativas importantes: conocimiento experimental, intuitivo, local, basado en conversaciones, en escuchar, en ver, en contemplar, en compartir, expresados por medio de elementos visuales, simbólicos, rituales y artísticos en vez de cuantitativos y analíticos que recurren al jergón del "especialista" y que por tanto excluyen a quienes carecen de una formación específica. Quizá lo más interesante del capítulo sea el breve repaso de las alternativas surgidas durante la última mitad del siglo pasado cuestionando la raíz positivista del pensamiento urbanístico occidental: el "aprendizaje mutuo" (entre expertos y actores) de Friedmann, el "practicante reflexivo" de Schön (que necesita aprender a plantear problemas más que a resolverlos), y el "hablar y escuchar" de Forester (que plantea tres nuevos métodos de conocimiento: el surgido de la auto-reflexión, para identificar las racionalizaciones propias que se esconden en una misma; el que se deriva del discurso y la dialéctica, el único conocimiento liberador; y el que procede de la práctica, de la experiencia, de nuestra acción en el mundo).

El cuarto capítulo ("La diferencia que la teoría marca") trata de la teoría del planeamiento, primero la cuestión de su necesidad, y segundo, de qué teorías, como urbanistas, podemos necesitar: del conocimiento, del poder, de la transformación social, de las desigualdades estructurales... La opción que plantea es una teoría normativa, que trate de las buenas prácticas y que sea dependiente del contexto, como algo específico de la teoría urbanística frente a las teorías de las ciencias sociales. El repaso cronológico que hace a las teorías que desde los años 60 se han cuestionado el paradigma moderno --advocacy planning, economía política marxista, equity planning, communicative action planning, así como varios modelos del radical planning, que ella ve como el único modelo "que puede incluir en su totalidad las implicaciones (multi)culturales del mundo postmoderno en que vivimos" [104]-- tienen en común ese aspecto normativo como la voluntad de mejorar las prácticas mediante una reflexión de lo que los urbanistas "hacen", no tanto en cuanto a la disciplina en sí sino en términos de conocimiento, proceso y legitimidad.

El quinto y último de la primera parte ("Voces desde los márgenes: la teoría que la diferencia marca") da cuenta de las "voces desde los márgenes", las voces de quienes tradicionalmente marginados se han colocado en una condición urbana posmoderna de un modo progresista y constructivo, al experimentar tanto como analizar los dilemas de la diferencia desde el espacio creativo que su misma marginalidad define. Un aspecto a rescatar del capítulo es la propuesta de una teoría urbanística ampliada: 1) la teoría urbanística como la reflexión sobre las prácticas (que es la teoría sobre la que el capítulo anterior discurre); 2) la teoría urbanística como receptora y campo de aplicación de las corrientes intelectuales de las ciencias humanas y sociales (que es, podríamos decir, la ambición que orienta todo el libro, la de aplicar teorías feministas, post-coloniales y en general postmodernas al entendimiento de los fenómenos subyacentes en la transformación de las ciudades contemporáneas); 3) la teoría urbanística como filosofía práctica, pensada para guiar la acción y a la que Sandercock otorga un carácter casi revolucionario al desvelarnos no sólo lo equivocado de nuestras ciudades, sino lo equivocado de nuestro modo de ver el mundo.

En la segunda parte ("Rudimentos: prácticas insurgentes") pasa a dar cuenta de los activistas y organizaciones que considera más innovadores ("quien y qué, en el centro del inferno, no es inferno"), por cuanto practican un planeamiento que es democrático, inclusivo, culturalmente diverso, flexible, de participación, y hasta a veces insurgente, y cuyo objetivo principal no es crear un "plan" sino generar un proceso político. "Historias que representan un paradigma emergente de planeamiento que tiene sus raíces en el levantamiento de la sociedad civil y encarna una nueva definición de justicia social (…) que incluye aunque va mas allá de los problemas económicos y se vincula a problemas de marginalización, desautorización, imperialismo cultural y violencia."[129] Divide el capítulo entre "movilizadores" (Mel King, en Boston y Gilda Haas, en Los Angeles) y "movilizaciones" (la tribu de los Wik de la península del Cabo York, Australia, y la lucha por los derechos de propiedad de las tribus nativas; el departamento municipal de asuntos multiculturales, AMKA, en Frankfurt; las Madres del Este de Los Ángeles, MELA; los Presupuestos Populares, de Puerto Alegre; y el Congreso Nacional de Vecinas, NCNW, con sede en Nueva York), y concluye con la necesidad de un fuerte compromiso con los valores sociales -sentido de la responsabilidad colectiva y de la ciudadanía local- que sostenga cualquier iniciativa que reclame la diferencia como valor político en nuestras ciudades.

La tercera parte ("Posibilidades postmodernas: Cosmópolis y Planeamiento") está estructurada en dos capítulos. El primero ("Hacia Cosmópolis: una utopía postmoderna") pasa revista a las políticas de la diferencia tal y como se aplican en Nueva York, París, Londres, Frankfurt, Estambul y Jerusalén, todas ellas cosmópolis según la definición normativa --"una ciudad grande en la que vive gente de variadas procedencias"-- pero lejos de su Cosmópolis, de su "Utopía postmoderna (…) en permanente construcción" [182]. Lo más ambicioso del capítulo es, sin duda, el esfuerzo que hace por redefinir nociones como la de "justicia social", "política de la diferencia", "ciudadanía", "comunidad" e "interés publico", que han ido apareciendo a lo largo del libro como formando parte de un instrumental compartido entre ella y el lector; pero como Harvey puntualiza en uno de sus escritos ("Social Justice, Postmodernism and the City", IJURR, 16, 1993), precisamente porque estos términos están revestidos de un poder político y de movilización innegable, porque el significado que tienen a nivel cotidiano es importante para la gente, además de considerarse éste indiscutible, resulta fundamental analizar los diferentes significados que toman a través del tiempo, del espacio y de las personas, y sobre todo cuando, como en el caso de Sandercock, se pretende formular un nuevo paradigma de planeamiento partiendo de ellos. El segundo capítulo ("Planear hacia Cosmópolis: un nuevo paradigma") es fundamentalmente propositito: frente a los dilemas que la diferencia puede hacer surgir en la era posmoderna, especialmente "el miedo al Otro", no sólo a nivel individual sino de la administración, plantea la necesidad de expandir el lenguaje del planeamiento (la epistemología de la multiplicidad) y expandir los horizontes políticos del planeamiento (las políticas transformadoras de la diferencia en toda su multiplicidad). Cito los dos párrafos con los que concluye el libro:

«Miro en mi globo de cristal, y sueño en el carnaval de la ciudad multicultural: no quiero una ciudad donde todo permanezca igual y todo el mundo tema el cambio; no quiero una ciudad donde los afro-americanos y latinos tengan que vender drogas para poder sobrevivir, o donde las mujeres tailandesas estén encarceladas en fábricas de producción textil donde trabajen 16 horas al día, 6 días a la semana; donde los muchachos lleven pistolas para sentirse como hombres, y donde la sospecha rezume de paredes estucadas, y donde los blancos llamen a la policía si ven a alguien negro/extraño paseando por las calles de su vecindario. No quiero una ciudad donde las personas al mando rechacen hablar con aquellos a quienes consideran diferentes; donde los policías llamen negros a las personas de color y los aporreen antes de preguntarles nada; donde los blancos inviertan cada vez más de sus ahorros privados en defenderse de los extraños, y que voten a quienes prometen orden y ley y no escuelas y hospitales; donde los candidatos al gobierno prometan que recortarán los servicios a los inmigrantes; donde los media nos enseñen a odiarnos y a temernos en el nombre del patriotismo y de la comunidad. No quiero una ciudad en la que me de miedo salir sola de noche, o incluso visitar ciertos barrios a plena luz del día; donde los peatones son motivo inmediato de sospecha, y los sin techo siempre perseguidos. No quiero una ciudad en la que mi profesión –urbanista- contribuya a todo lo hasta aquí mencionado.

Sueño en una ciudad en que actuar sea sinónimo de cambiar, donde se valore más la justicia social que la ley y el orden, donde tenga derecho a mi espacio así como el resto de mis conciudadanos; donde no existamos para la ciudad sino que ella nos corteje; donde sólo tras consultarnos se tomarían decisiones acerca de los barrios donde vivimos; donde la escasez no nos conduzca a levantar cercos de alambre para proteger cuidadosamente nuestras desigualdades; donde nadie abuse de su autoridad ni nadie carezca de ella; donde no tenga que traducir mi conocimiento de experto en palabras que impresionan a las autoridades y confunden a los ciudadanos. Quiero una ciudad donde los valores comunitarios premien la diferencia; donde un instituto se gestione de manera diferente que un despacho de contabilidad, y donde la profesora enseñe porque comparte sus intereses con los de sus alumnos; donde cualquiera pueda pintar las aceras y dirigirse a los que pasan sin temer que le peguen un tiro; donde haya lugares para la diversión y para la meditación; donde haya música en las plazas, y vendedores ambulantes, y donde la gente disfrute dando forma y cuidando de su entorno. Quiero una ciudad en la que mi profesión contribuya a todo esto, donde el planeamiento sea una guerra liberadora que luche contra un espacio público carente de atributos y soso, tanto como contra las múltiples formas de opresión y dominación y explotación y violencia; donde los ciudadanos arrebaten al espacio sus nuevas posibilidades, y se sumerjan en sus culturas sin dejar de respetar las de sus vecinos, contribuyendo a forjar colectivamente nuevas culturas y espacios híbridos.»


COMENTARIOS

Propongo capturar la trascendencia de este libro desde tres frentes distintos, que no por distintos dejan de ser complementarios:

  1. contribución a las teorías post-positivistas del planeamiento:

    1. cambio de paradigma
    2. teoría y práctica son indisolubles y están encarnadas
    3. enriquecimiento de las teorías indígenas de planeamiento: contra la exclusión, contra la segregación disciplinaria


  2. la aplicación de la diferencia en el planeamiento: las "nuevas" relaciones entre el estado y la sociedad

  3. el impulso utópico: la función de la utopía


  1. "Una de las historias que este libro cuenta es la de la vida, y muerte anunciada, del planeamiento moderno." [2] Da lo mismo a dónde se mire o los libros que una lea: por todas partes se critica la razón instrumental (occidental) moderna, la lógica positivista como base del conocimiento científico… En el terreno del planeamiento este cambio ha afectado fundamentalmente al entendimiento de la realidad como una construcción social, con toda su carga de indeterminación, inconmensurabilidad, variación, diversidad, complejidad e intencionalidad, diametralmente enfrentada a la noción moderna, esencialista, jerárquica, universalista, abstracta, totalizadora… (Allmendinger, Planning Theory,1, 2002).

    1. Y es de ahí de donde arranca el paradigma cultural (cultural turn) en el que se inscribe el libro de Sandercock, y que podríamos caracterizar brevemente por su afirmación de que "el conocimiento y la práctica son relativos por culturalmente determinados" (Storper, IJURR, 25, 2001:161) y como el desplazamiento desde una política de la igualdad a una política específicamente cultural, que se abre a cuestiones más amplias como las de identidad, representación y diferencia (Soja, Postmetropolis, 2000: 279-280).

      El paradigma cultural combate el pensamiento moderno en dos frentes principales: el normativo, por considerar que el pensamiento racional lineal y categórico ha resultado en la tendencia a suprimir la diferencia y la diversidad, inventando jerarquías de diferencia (racial, de genero, sexual, cultural) con el objetivo de marginar al Otro, de deslegitimizar sus valores (el ya mencionado noir side del planeamiento, en el capítulo dos de la primera parte); y el epistemológico, oponiendo al actor universal racional moderno --que se rechaza por sus carencias sociales y por haberse abstraído del contexto-- las entidades culturales, unidas por sus maneras de conocer el mundo, irreducibles a una sola fórmula de conocimiento y comunicación como es la epistemología moderna, demasiado racionalista para incorporar las demandas legítimas de la diferencia (o al menos de la especificidad), demasiado simplista como para incluir la pluralidad de valores y de modos de conocimiento, y que convoca "(…) la necesidad de revisar nuestro modelo de planeamiento radical o emancipatorio (…) para incorporar críticamente el concepto de diferencia" [111], "(…) la necesidad de crear una nueva suerte de planeamiento, una que facilite más que resista la transición a las ciudades multiculturales durante el próximo siglo, una que celebre y encaje la diversidad y la diferencia." [119]

      Pero la contribución más original de Sandercock a este paradigma es su "espacialización", no únicamente porque su discurso se elabore desde la visión del urbanista, que ella reiteradamente reclama, y por tanto centrado en los procesos de construcción de la "ciudad" sino porque ubique o contextualice el debate de la multiculturalidad en la ciudad, o ciudad/región, como a veces la llama. Y al hacerlo así reconoce,

      1. que la relevancia y especificidad del debate se debe en gran medida a las ciudades: países multiculturales ha habido siempre, estados nación que incluían, y hasta a veces segregaban mediante el establecimiento de nuevas fronteras, comunidades culturales enteras --España es un buen ejemplo de ello, por lo que no me detendré;

      2. el protagonismo indiscutible en el panorama político contemporáneo que se asigna a los órganos de gobierno local: desde organizaciones supranacionales (Puerto Alegre, la UE) a movimientos globales que arrogan a las ciudades de legitimidad para el auto-gobierno tanto como para jugar un papel principal en la toma de decisiones de ámbito no estrictamente local;

      3. por último, que la multiculturalidad no se limita al reconocimiento, en el seno de las ciudades, de la diversidad de identidades culturales, sino que incluye entre sus proyectos el que esas diferencias culturales se vean refutadas mediante un reconocimiento pleno de los derechos de ciudadanía, tanto como de las obligaciones que comporta.

      Es lo que Soja (Postmetropolis, 2000: 281) llama el paradigma espacial (spatial turn), que inventa para referirse a los nuevos derroteros tomados por las políticas culturales que tuvieron su origen en el paradigma cultural, y que de lo que tratan es de "proporcionar energías renovadas a las políticas culturales, al proponer la interrelación de espacio, conocimiento y poder, (…) la conciencia de que la opresión, la marginalización y la desigualdad se producen y reproducen en gran medida a través de los nuevos procesos de urbanización y de las socio-espacialidades reestructuradas del urbanismo."

      Por tanto, que el campo de batalla de la diferencia es la ciudad y los procesos que la construyen tanto como construyen la diferencia. Dice Sandercock, "Cuando residentes con diferentes historias, culturas y necesidades aparecen en nuestras ciudades, su presencia pone en crisis las categorías asumidas de la vida social y el espacio urbano. Las experiencias urbanas de los nuevos inmigrantes, sus luchas para redefinir las condiciones de pertenencia a su nueva sociedad, están transformando las ciudades alrededor del mundo (…). Conforme nuevos y más complejos tipos de diversidad étnica llega a dominar las ciudades, la noción misma de un interés compartido se agota. Estas luchas de pertenencia toman la forma de luchas de ciudadanía, en su más amplio sentido, de derecho a y en la ciudad." [15] Tan sólo imaginemos que la prerrogativa de otorgar la ciudadanía recayera en las ciudades en vez de en los estados: esto no sólo supondría la consagración de aquellas frente a estos como agentes políticos de primer orden, sino que tendría implicaciones espaciales de primer orden, inmediatas, por cuanto los "inmigrantes" podrían participar en la toma de decisiones sobre los procesos urbanos, y no inmediatas, al desvanecer al menos una de las causas de su marginación, la de apartarlos por razón de "nacionalidad" del disfrute de la sociedad del bienestar que contribuyen a mantener.

    2. De todas formas, ¿qué aporta el post-positivismo a nuestro entendimiento de la teoría de planeamiento? Dos me parece que han sido los caminos seguidos: el primero desarrolla teorías per se sin pretender colocarlas en una imagen totalizadora (de los autores de la bibliografía del curso, Ellin o Amendola podrían ser buenos ejemplos); el segundo plantea la posibilidad de una teoría de planeamiento post-positivista, y es en este camino que opciones como la de Sandercock o Healey seguirían (desgraciadamente ni ella, ni ninguno de los representantes del collaborative planning están en la bibliografía… el libro al que aludiré es Collaborative Planning, Healey, 1997). Los principios sobre los que se apoyan son: que toda teoría es más o menos normativa, esto es, dotada intrínsecamente de valores y embebida en un contexto histórico y social, que la determina (la teoría está encarnada); y que la teoría está mediada por el espacio y el tiempo, lo que permite su formulación, interpretación y aplicación diferente, y que hace que se establezca una relación compleja entre ideas y acción (teoría y práctica son indisolubles). Las teorías se conciben y usan de diferentes maneras: "para los activistas, la teoría no es una doctrina estática y estable, sino un entendimiento que la práctica informa y que la reflexión cotidiana enriquece." [85]

      Ambas urbanistas proponen pues superar la distinción entre lo ligado al procedimiento y lo substantivo de la teoría del planeamiento, que la ha acompañado desde las formulaciones de Faludi en los 70. Pero si bien ambas coinciden en los principios, lo que las hace diferentes, y originales, es precisamente el contexto desde el que deciden posicionarse: si Healey habla desde los sistemas de gobierno y de planeamiento espacial, y se dirige a la construcción de un consenso de alcance multi-cultural, esto es, que contemple las variadas demandas culturalmente conformadas de todas las partes implicadas, pero sin por ello asumir que la cultura es algo fijo sino sujeta a reinvención por las propias políticas de planeamiento que se "inventen" (la propuesta institucionalista), Sandercock habla desde las diferencias multi-culturales, desde las múltiples entidades culturales que habitan la ciudad contemporánea, sobre las que hace recaer la responsabilidad de "inventar" nuevos modos de construir el espacio y los lugares, oponiéndose implícitamente a los sistemas de gobierno al uso (la propuesta insurgente). Lo menciona la propia Sandercock en la introducción: "El nuevo planeamiento tiene al menos dos caras. Una parece bastante benigna, y la integran aquellos que visten trajes de chaqueta y tienen un título universitario y son casi todos blancos, aunque no todos hombres, y que tratan de lidiar con la crisis de las instituciones de planeamiento introduciendo técnicas de negociación y mediación, colaboración y consenso. (…) La otra cara es menos benigna. Puede fruncirte el ceño e insultarte. Normalmente no viste de traje y no le interesan las instituciones de planeamiento, ya que tradicionalmente la han excluido. (…) Son movimientos vecinales y comunitarios, trabajando de abajo a arriba (contrario a de arriba abajo), que enseñan a la gente "a pescar", esto es, a que las comunidades marginales encuentren su voz, y no hablar por ellos." [6-7]

      Y, ¿qué tienen en común? La revaloración del planeamiento como proceso en vez de cómo plan, una desde su estructura (Healey) y la otra desde los agentes, que ya no actores (Sandercock), aunque sin entrar a precisar de qué modo organizar la acción de esa pluralidad de voces.

    3. La voluntad de generar alternativas a esta nueva situación ha ampliado igualmente el debate urbanístico (centrado sobre aspectos sustantivos y de procedimiento, y por tanto asumiendo una cierta independencia disciplinaria) hasta incluir otras disciplinas, que si bien implicadas en el estudio de los procesos de construcción del espacio, como la Geografía, la Sociología o la Antropología, se habían considerado tradicionalmente como "ajenas" a las especificidades del urbanismo. Y lo mismo se puede decir de disciplinas como la Filosofía o las Ciencias Políticas, que también se han incorporado al considerar que al menos una de las causas de la crisis del planeamiento tenía que ver con sus fundamentos en el pensamiento moderno, y que por tanto cualquier salida, como he mencionado ya, incluía consideraciones epistemológicas que ya habían sido abordadas desde estas disciplinas. De todas formas, las afirmaciones de Sandercock no podrían ser más elocuentes, pues incluso si el planeamiento es una actividad práctica, preocupada por lo que funciona, aquí y ahora, y por tanto necesitado de una confianza explicita en el conocimiento práctico, no es menos cierto que su enfoque disciplinario ha tradicionalmente separado teoría y práctica "con el objetivo de marginar y disminuir la importancia de los desarrollos teóricos, y en especial de aquellos que tienen lugar fuera de la profesión" [29] Lo que ella propone, el "encuentro productivo" de todas las profesiones dedicadas a la construcción de la ciudad [4], niega tanto los préstamos interdisciplinarios que ya se vienen produciendo cuanto supone un nuevo desafío intelectual: el de relacionar los fenómenos socio-espaciales y económicos (tratados fundamentalmente por geógrafos) con los socio-culturales (campo habitual de sociólogos y antropólogos), el de relacionar la crisis de la modernización fordista y la crisis de lo moderno, el de relacionar las reestructuraciones económicas y demográficas con nuestra manera de pensar el planeamiento desde una óptica postmoderna [14], el desafío de cuya definición ella sólo parcialmente asume.

  2. Las transformaciones del mundo en que vivimos, y que Sandercock enfatiza en el capítulo primero de la primera parte de su libro, se pueden glosar desde puntos de vista variados, pero aquí el que nos interesa es el que adoptan Madanipour et al., esto es, el desafío que el cambio tecnológico y económico a escala global ha supuesto para los sistemas de gobierno y las demandas por parte de los gobernados: "(…) la relación entre el estado y la sociedad está encaminándose por nuevos senderos (…). Los sistemas de planeamiento espacial, como uno más de los componentes significativos de las relaciones estado-sociedad, comparten esa parte del reto y han estado últimamente forzados a dar una respuesta." (The Governance of Place, 2001:1).

    Las respuestas que da Sandercock son, primero, sustituir los atributos de racionalidad, totalizadores, de objetividad científica, del proyecto de futuro dirigido por el estado, y la noción del interés público, pilares tradicionales del planeamiento moderno, por nuevos conceptos de justicia social, ciudadanía, comunidad y multiplicidad de públicos; dice Sandercock, "[s]ustentando la empresa moderna en su totalidad se encontraba la fe en que el Estado era la agencia benigna encargada de implementar los planes. Era a través del Estado que los urbanistas realizarían su sueño de dominio racional del futuro." [24] Segundo, tratar de bosquejar prácticas urbanísticas que respondan a los desafíos de la diferencia en la ciudad, pues la diferencia es el contexto en que esas prácticas se mueven, y éste aspecto vuelve a distinguirla de Healey, pues si para ésta los nuevos modos de gobernar necesitan vincularse a nuevos modos de entender el espacio, tan multidimensional y complejo como se quiera, para Sandercock necesitan vincularse a los públicos múltiples, a los sujetos donde esa diferencia "recae"… pero, ¿Dónde empezar? "El pensamiento de Foucault también tiene un lado liberador que es potencialmente útil para los urbanistas, ya que si el poder estar anclado en las microprácticas de la vida cotidiana, entonces es justamente ahí donde las políticas de oposición necesitan empezar, desconstruyendo las relaciones de poder que surgen de las prácticas cotidianas, y reconstruyendo un planeamiento político." [71]

    Esta idea aparece más elaborada en sus escritos más recientes, abandonando interpretaciones más próximas a Foucault a favor de Lefebvre: "hay el derecho a la ciudad (…) y hay el derecho a la participación." Y que tiene que ver también con su personal trayectoria: de una confianza en los gobiernos socialdemócratas para conseguir un desarrollo urbano y regional progresista mediante procesos de planeamiento adecuados, basados en la transparencia del proceso de toma de decisiones, y frente a los intereses sectoriales de la burocracia gubernamental y el sector privado (Cities For Sale en 1975, The Land Racket en 1979), a un cuestionamiento del mismo estado en cuanto garante del interés público, debido a que las identidades y diferencias culturales se están haciendo cada vez más importantes en las sociedades, y las diferencias no deben asimilarse en la comunidad política homogénea del estado nación moderno (197): el orden que impone el interés público promulga la racionalidad ante todo, racionalidad que destruye la diversidad que alimenta la creatividad de las ciudades. Hasta sus últimos escritos acerca de la sostenibilidad o el miedo en las ciudades: ese algo que se ha convertido en el eje estructurador alrededor del que giran las políticas y que no es sino miedo a la diferencia, un miedo propiamente urbano que necesita comunicarse y negociarse si pretendemos mantener la idea de la ciudad como esfera vital de lo público y lo político -cito a Sandercock cuando parafrasea a bell hooks: "la apropiación y uso del espacio son actos políticos" (74) o a Forester, "para ser racional hay que ser político", [71]. Quizá su nuevo libro, a punto de publicarse, Cosmópolis 2: Mongrel Cities and the 21th Century Multicultural Project (Continuum; London, 2003), nos ofrezca nuevas claves para entender y configurar esas nuevas relaciones entre el estado y la sociedad.

  3. No podía concluir estos comentarios sin hacer alusión al impulso utópico que parece sostener la ambiciosa empresa de Sandercock al escribir el libro: "(…) el impulso utópico es, y esperemos que lo continúe siendo, una parte irreprimible del espíritu humano. (…) Sueño con cosmópolis, mi Utopía postmoderna, mi construcción ideal mental." [1]

    Sandercock parece decirnos: si realmente queremos dejar atrás el paradigma moderno, lo primero que debemos hacer es construir una utopía que sea tan poderosa como lo fue en su momento la de la ciudad racional [22]. Pero esta vez, en vez de liberarse del pasado y de la historia [23], de restringir nuestra propuesta a utopías de la forma, del espacio, incluyámoslo todo: el espacio y el tiempo, y el tiempo presente, pasado y por venir, lo que Harvey ("Posible Urban Worlds", 2000) llama "utopías espacio-temporales". Aunque no sólo: frente al discurso post-fordista y neo-liberal de la ciudad, que proclama que no hay alternativa, que la gente no está en condiciones de escoger la ciudad en la que vivirá, que nuestras ciudades deben responder a los desafíos que la globalización del capitalismo ha impuesto, en lugar de plantearse nuevos desafíos… esto es, frente al discurso determinista y paralizante, es obligación del urbanista (como un ciudadano más) pensar en alternativas, y la revitalización de la tradición utópica nos puede ayudar en esta tarea.

    Sandercock sigue esta última línea, y lo hace, casi podríamos decir, de puntillas: al afirmar que su Utopía no puede realizarse sino que está permanentemente construyéndose, está respondiendo a las críticas de Lefebvre de las utopías formales por autoritarias, porque al delimitar un espacio, al enclaustrarlo, están negando la producción del espacio como una posibilidad permanentemente abierta; al establecer su necesidad a partir las transformaciones de la ciudad contemporánea, está respondiendo a Marx (y a Harvey) cuando declaran que las semillas de la revolución deben encontrarse en el presente, que la alternativa utópica espacio-temporal debe "crecer" de procesos espacio-temporales que ya existan, y de sus contradicciones.

    Pero más allá de lo cuidadosa que sea Sandercock al hablar de su Cosmópolis, su propuesta es clara: desplazar la capacidad de transformación desde los urbanistas a los ciudadanos. Si el futuro de la humanidad yace en las ciudades, y las calidades de la vida en las ciudades del siglo XXI definirán las cualidades de nuestra civilización, todos tenemos que trabajar, que contribuir a ese futuro, pues al cambiar el mundo nos estaremos cambiando a nosotros mismos; si producimos colectivamente, múltiplemente nuestras ciudades, así nos estaremos produciendo a nosotros colectivamente, múltiplemente. Y si bien esto pueda sonar a repetición del viejo orden moral del urbanismo conocido como "moderno", esto es, su propuesta de que al transformar el espacio, la arquitectura, la ciudad, se podía mejorar moralmente a los individuos, no podrían estar más alejadas la una de la otra.


CONCLUSIONES

«Este libro no es el primero en darse cuenta de que el modo de conocer y nuestras visiones sobre el mundo sobre el que se fundamentan las profesiones dedicadas a la construcción de la ciudad (…) han cambiado dramáticamente durante las ultimas dos décadas. Pero es el primero en proporcionar una atención sistemática a los pilares tambaleantes del planeamiento moderno, y el primero en sugerir una salida al impás, el primero en inaugurar una práctica de planeamiento progresista en el siglo XXI, basada en las aportaciones del pensamiento feminista, postmoderno y postcolonial.» [4]

Aunque, aun reconociendo la importancia de que los que habitan la ciudad participen activamente en los procesos de su construcción, dos son las apostillas que sería necesario añadir:

  1. los movimientos vecinales no son siempre progresistas, como se ha venido demostrando tanto en los USA como en Europa: los CID’s están contra la redistribución de impuestos dentro del término municipal, contra que alguien distinto de ellos mismos disfrute de sus parques o de sus escuelas, contra el entendimiento de la comunidad como espacio para el diálogo entre intereses que pueden incluso ser opuestos, y a favor de la creación de comunidades, protegidas, blancas, protestantes, con recursos… los movimientos vecinales del sureste de Gran Bretaña (integrados mayormente por gentries) han demostrado igual tendencia conservacionista, del patrimonio, de los privilegios adquiridos, y no están dispuestos a que una política de vivienda social que traería consigo toda esa "población marginal y pobre" se los arrebate o al menos contamine… cuando se lee en el periódico que un pueblo entero ha decidido adquirir todo el suelo vacante disponible para evitar que instalen un centro de recuperación de toxicómanos, una no puede sino pensar que entre los movimientos vecinales, los hay que tienen y cuyo principal objetivo es defenderlo, y por tanto de tinte conservador, y los hay que no tienen y que luchan para conseguirlo, de tinte progresista;

  2. y otro tanto ocurre con las críticas acérrimas de las instituciones de planeamiento, que aunque garantes de un bien común más que discutible hoy día, sí cumplen una función, al menos en Europa, de redistribución de cargas y beneficios generadas por el planeamiento, de redistribución de la riqueza y la plusvalía que la urbanización genera, y que su cuestionamiento no sólo puede enriquecer el reconocimiento de las "múltiples voces" que integran la ciudad, sino que lo que en realidad está ocurriendo es la defensa a ultranza de los intereses y beneficios individuales frente a la comunidad: el recientemente tan discutido caso de una indemnización que se llevó ante el tribunal europeo, y que mantuvo que el valor del suelo acumula las plusvalías definidas por el planeamiento, convirtiéndolas casi en un valor intrínseco, en lugar de ser circunstanciales al documento de planeamiento vigente, un documento que al menos teóricamente recoge las demandas y necesidades de la comunidad, esto es, la comunidad otorga ese valor circunstancialmente, y lo puede retirar en su beneficio.

Otro punto igualmente controvertido es la parálisis a la que las políticas de la identidad pueden conducir, y a la que ella misma se refiere: "Cada uno de estos escritores vislumbra los peligros de una política de la identidad demasiado constreñida al mismo tiempo que desean reconocer la diferencia, consiguiendo de algún modo mantenerse en una tensión creativa entre los dos." [117] La salida al impás (la Babel de diferencias que pierde de vista las desigualdades en su conjunto, y que no es capaz de crear puentes entre las variadas identidades para construir una política progresista de la diferencia) que bosqueja tendría que ver con la idea de "justicia", "(…) la diferencia debe incorporarse en la búsqueda de justicia social en la ciudad multirracial y multiétnica" [124], pero que no elabora, pues prefiere mantenerse, al menos en su discurso, en la perplejidad y confusión que permiten nuevas, por "extrañas" –al modo moderno, maneras de ver y de pensar. Sin ir más lejos, su definición de Cosmópolis, "una ciudad/región en la que se da una conexión genuina con, y respeto y espacio para, el Otro cultural, y la posibilidad de trabajar juntos en asuntos con un destino compartido, un destino como reconocimiento de que nuestros sinos están entretejidos." [125, 164]

Esta frase es tanto la clave del libro entero como la raíz de su debilidad, lo inconsistente de su propuesta. La transcribo en el idioma original para tratar de reconstruir el auténtico alcance de lo que dice: "a city/region in which there is genuine connection with, and respect and space for, the cultural Other, and the possibility of working together on matters of common destiny, a recognition of intertwined fates." Empiezo por el final: "destiny" normalmente se aplica al curso inevitable y predeterminado de los acontecimientos, sobre los que el ser humano no está en condiciones de ejercer control alguno; "common" quiere decir que todo el mundo lo comparte; "common destiny", o destino compartido, implica el reconocimiento de los sinos entretejidos, esto es, "fate" añade a la idea anterior de destino el que es inmutable, fijo, de inexorabilidad ciega de la que el otro término carece… así pues "trabajar juntos en asuntos de destino compartido", excluye implícitamente que se trabaje juntos en cualquier otra cosa que no sea inevitable y que no nos ataña a todos, y si trabajamos juntos es porque no podemos hacer ninguna otra cosa, y no hay garantías de que podamos modificar el curso de los acontecimientos… o sea, que no está clara la necesidad de trabajar unidos ni el objetivo, que creo fundamentos de cualquier pacto social (sobre el que por lo demás la construcción de la ciudad se asienta, y más si se pretende que represente los variados intereses culturales de cada uno de los grupos que la integran, necesariamente contradictorios entre sí), además de que no se problematiza el reconocimiento "genuino" del Otro.

Propongo comparar esta frase con otra de Healey, "a way through the dilemmas of collaborating across cultural differences is firstly to recognize the potential cultural dimensions of differences (‘where people are coming from’), and secondly, actively to make new cultural conceptions, to build shared systems of meaning and ways of acting, to create an additional ‘layer’ of cultural formation. Local environment planning thus becomes a project in the formation and transmission of cultural layers." (Collaborative Planning, 1997: 64). Leyéndola, pareciera que Sandercock se hubiera quedado en la primera parte del razonamiento, en reconocer las dimensiones culturales de la diferencia, pensando que la segunda parte, crear una nueva capa cultural compartida, se derivaría de forma natural. Pero no hay nada natural en las ciudades, incluso si a veces se ha recurrido a analogías extraídas de las ciencias naturales, del tipo "ecología" (ecología humana, ecología de los asentamientos humanos, etc.) las investigaciones sociales tanto como las dedicadas a la forma nos han dado buena cuenta de su artificialidad, y no sólo eso, sino que las explicaciones de fenómenos que se amparan en su inevitabilidad normalmente desembocan en reacciones humanas conservacionistas, y en el caso que nos ocupa, simplemente racistas. Antes de hablar de destino común creo necesario hablar de "espacio compartido", antes de hablar de sinos entretejidos (por lo demás usado como fundamento de las comunidades tradicionales) creo necesario hablar de todas las caras que el Otro adopta, porque tan múltiples son nuestras ciudades étnicamente hablando como múltiples son el Otro, desdoblándose y multiplicándose en cada contexto o situación espacial. El Otro no es ni inmutable ni unívoco, y cualquier construcción social sólida tiene que aprender a consensuar las diferencias, culturales, y de intereses políticos.

En definitiva, creo que el libro es tremendamente ambicioso en el cambio de perspectiva que pretende que se opere en las ciudades, hacia el reconocimiento de la diferencia, y las consecuencias que este cambio tendría en todas las variadas prácticas del planeamiento; aunque, y como se mencionó anteriormente, sus argumentaciones estén más próximas de la apología de la diferencia que de reconsiderar ésta políticamente, esto es, desde el espacio social y "conflictivamente" construido de la ciudad. No obstante, constituye tanto un fantástico manual de historia de las teorías y prácticas insurgentes de este pasado siglo como un manual de referencia de las iniciativas más contemporáneas que entienden y tratan de gestionar la ciudad desde esa misma diferencia.

En un momento en que la opción multiculturalista parece estar en boga entre las administraciones locales y sus instituciones, en que las políticas multiculturales aparecen como discurso redentor frente a la complejidad y envergadura del fenómeno inmigratorio extracomunitario en Europa, la lectura de un libro como éste, escrito desde el punto de vista del planeamiento, re-coloca este debate en la ciudad, evitando que se diluya en opciones políticamente correctas pero inertes, y no menos lo rescata de simplificaciones en las que a menudo se enmarca, sea para criticarlo radicalmente (la diferencia como estigma) o para aplicarlo sin matizaciones (sea, que multiculturalidades hay muchas, desde las publicitarias, empleándola como collage de razas, géneros, etc., a las de corte neo-liberal, a las marxistas, a las elaboradas desde la crisis epistemológica que el postmodernismo inauguró). Pero, y especialmente, contribuye a enriquecer el debate y las prácticas que se llevan a cabo en esta ciudad, Barcelona: ¿cómo es posible que durante las últimas elecciones municipales la cuestión de la inmigración brillara por su ausencia? ¿Cómo se puede todavía promover un proyecto como el de "l’Illa de la Rambla del Raval" hablando de "revitalización económica, social y urbana", cuando el 47% de la población residente en el Raval es extracomunitaria, con un grado de asentamiento tan alto que ha revitalizado ella misma el tejido comercial y social de esta parte de la ciudad? ¿Cómo conviven estas realidades con la celebración de un Forum de las Culturas que no ha mostrado ningún interés por capturar las especificidades culturales de la ciudad donde se celebra? ¿O es que a estas alturas todavía se puede reivindicar la cultura catalana de una manera hegemónica, o medir el grado de integración de los "recién llegados" por su conocimiento del catalán? En este sentido, quizá la propuesta más revolucionaria contenida en este libro sean las escasas pero concisas páginas del final (221-230), el Apéndice dedicado a la formación de urbanistas para el siglo XXI, y cuya lectura recomiendo fervientemente.


NB 1: En la tradición anglosajona en la que Sandercock se inscribe, hay dos maneras de referirse al Urbanismo y a los urbanistas, con connotaciones diferentes: urbanism/urbanists, como específicamente dedicados a cuestiones de forma urbana, de proyecto urbano; y planning/planners, dedicados a cuestiones estratégicas, de gestión, de gobierno de las ciudades y el territorio. Yo he adoptado indistintamente planeamiento y urbanismo, y urbanistas a secas, porque la palabra "planeadores" guarda para mí extrañas resonancias.

NB 2: Hay al menos dos razones que justifican comparar Healey con Sandercock: una, que sus propuestas son contemporáneas, igualmente elaboradas (como corpus teórico), y que han gozado de un impacto similar en el ámbito del planeamiento, de sus encuentros y discusiones, si bien ambas adoptan perspectivas que podríamos considerar opuestas, aunque partiendo de un tronco de reflexiones común, a saber, el del pensamiento postmoderno; otra, las referencias cruzadas que hace Sandercock de Healey (precisamente de la que más abusa es de su definición del planeamiento espacial, "las prácticas que gestionan la co-existencia en espacios compartidos", en Collaborative Planning, 1997:68), esto es, que entra ellas mismas establecen un diálogo a través de sus escritos que he considerado útil mostrar en lo que tiene de encuentro productivo.

NB 3: Los números que aparecen entre corchetes corresponden a los números de página de la edición consultada; el resto de referencias bibliográficas se han incluido entre paréntesis.

NB 4: Para el título de la reseña se ha escogido una de las frases que la autora utiliza reiteradamente en su libro, razón de que aparezca en cursiva, y con el objetivo de sintetizar sus preocupaciones y estilo literario en una sola frase, como botón de muestra pues.

(*) Nadia Casabella, nadia@nadia.tiscalibiz.com

(**) Reseña bibliográfica realizada para Seminario Doctorado de Urbanismo, UPC, "Modelos urbanísticos y cultura de las ciudades: planes, proyectos y procesos urbanos", impartido por Dr. Arq. F. Javier Monclus en la ETSAV-UPC, entre febrero y junio del 2003.